Cercana lejanía...

Una figura inerte yace sobre una cama, visualizando cómo el tiempo pasa ante ella como mofándose de su mera existencia. Cierra los ojos, y le parece sentir el tacto de un abrazo rodeando su cuerpo... Se erizan sus cabellos en un lago de recuerdo bajo las gotas del rocío de su anhelo... Abre los ojos y cual cubo de hielo sobre sí misma, la desesperanza hace que se estremezca... El único tacto es el de la música acariciando sus oídos y, como siempre, la soledad eterna presente en el ambiente.

Añoranza, anhelo... todos los llegamos a sentir en algún momento... sentimientos que se apoderan de nosotros creando reacciones ilusorias de nuestro propio cuerpo. En esos momentos, no somos más que figuras, físico; nuestra mente vaga por los recuerdos que nos hacen estremecernos. Cuan doloroso es el cercano pero lejano tacto del abrazo que imagino... Anhelo tanto volver a sentir el abrazo de un amor que hasta mi sentido del tacto padece de alucinaciones recordando cómo es sentirlo... Un abrazo, una caricia... a veces hasta incluso un beso. Dígame usted, amable lector, ¿no ha sentido nunca un beso en sueños y al despertar solo recuerda esa parte del sueño? Imagino que sí, así que supongo que, al menos en parte, entiende a qué me refiero. Cercano por el espejismo ilusorio que aparece en el tacto, lejano porque no es más que un recuerdo, un gesto que expresa cariño y que anhelas enormemente...

Puede ser un tormento, puede hacer que finas gotas de tristeza plateadas nublen tu vista o puede hacer que te sientas miserablemente solo, desamparado en la oscuridad de tu mente... Esto me recuerda la enorme debilidad de la mente humana...

Esto pueden ser nada más que cuatro palabras de un loco desquiciado o bien, pueden ser palabras de un cuerdo destrozado o, hasta incluso, ambas cosas a la vez... Pero hay algo que sí que queda claro; El cercano anhelo que sientes solo es el tacto de un recuerdo perdiéndose en la lejanía.

Risas... Adorada melodía dorada...

El llanto de alguna divinidad inexistente caía silenciosamente sobre el asfalto de la urbe. Sábado, no recuerdo el día, no recuerdo el mes. Caminaba la larga senda que me separaba de encontrarme con lo que se convertiría en una amistad pasado algún tiempo. No recordaba a qué sonaba su presencia... no recordaba como se sentía su tacto imaginario... Poco faltaba.

Entre gentío, animales en su mayoría sin conocimiento de causa ni existencia, vislumbré a aquel con quien debía encontrarme. Saludo, y comienza el sonido... Sublime. Comimos, por necesidad y sin mucho gusto...
Recuerdo el dichoso portazo que se sucedía una y otra vez, incansablemente... Nota al lector; no vayáis al McDonald's del Ferial plaza de Guadalajara, piso de arriba al lado de la puerta de los servicios... u.u

Caminar sin destino definido, su melodía continúa acariciando mi oído y su suave tacto me hacía estremecerme... Qué dulce... Más compañía, a lo largo de la tarde se suceden las caras nuevas y, así mismo, más estridente y armonioso era su sonido... Finalmente la bóveda infinita volvió a dejar caer su llanto sobre nosotros... "Goteras, que hay goteras" no olvidaré esa frase... esos momentos... los quiero para mí.

Puede que su disfrute esté apenas reservado para el reino de Selene, más todavía si contamos con el infausto aspecto que presenta mi realidad... Pero su sonido es tan... melódico, dulce... Dicen que su presencia alarga la vida, me da igual... La alargue o no lo que todos hemos sentido es que la alegra y, para algunos, es sagrada y oculta panacea a todo mal. Algunos cuentan con la suerte de su compañía en el día a día; afortunados son y si no lo ven solo pobres enajenados serán.